Hoy, Solemnidad de la Inmaculada
Concepción de María, es indispensable recordar la Epístola apostólica de Pío IX
"INEFFABILIS DEUS" por
medio de la cual fue promulgado tal dogma de fe, el 8 de diciembre de 1854:
“SOBRE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
1. María en los planes de Dios.
El inefable Dios, cuya conducta es misericordia y verdad,
cuya voluntad es omnipotencia y cuya sabiduría alcanza de límite a límite con
fortaleza y dispone suavemente todas las cosas, habiendo, previsto desde toda
la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género humano, que había de
provenir de la transgresión de Adán, y habiendo decretado, con plan misterioso
escondido desde la eternidad, llevar al cabo la primitiva obra de su
misericordia, con plan todavía más secreto, por medio de la encarnación del
Verbo, para que no pereciese el hombre impulsado a la culpa por la astucia de
la diabólica maldad y para que lo que iba a caer en el primer Adán fuese
restaurado más felizmente en el segundo, eligió y señaló, desde el principio y
antes de los tiempos, una Madre, para que su unigénito Hijo, hecho carne de
ella, naciese, en la dichosa plenitud de los tiempos, y en tanto grado la amó
por encima de todas las criaturas, que en sola ella se complació con
señaladísima benevolencia. Por lo cual tan maravillosamente la colmó de la
abundancia de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la
divinidad, muy por encima de todos los ángeles y santos, que Ella,
absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado y toda hermosa y perfecta,
manifestase tal plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo
alguno mayor después de Dios y nadie puede imaginar fuera de Dios.
Y, por cierto era convenientísimo que brillase siempre
adornada de los resplandores de la perfectísima santidad y que reportase un total
triunfo de la antigua serpiente, enteramente inmune aun de la misma mancha de
la culpa original, tan venerable Madre, a quien Dios Padre dispuso dar a su
único Hijo, a quien ama como a sí mismo, engendrado como ha sido igual a sí de
su corazón, de tal manera que naturalmente fuese uno y el mismo Hijo común de
Dios Padre y de la Virgen, y a la que el mismo Hijo en persona determinó hacer
sustancialmente su Madre y de la que el Espíritu Santo quiso e hizo que fuese
concebido y naciese Aquel de quien él mismo procede.
2. Sentir de la Iglesia respecto a la concepción inmaculada.
Ahora bien, la Iglesia católica, que, de continuo enseñada
por el Espíritu Santo, es columna y fundamento firme de la verdad, jamás
desistió de explicar, poner de manifiesto y dar calor, de variadas e
ininterrumpidas maneras y con hechos cada vez más espléndidos, a la original
inocencia de la augusta Virgen, junto con su admirable santidad, y muy en
consonancia con la altísima dignidad de Madre de Dios, por tenerla como doctrina
recibida de lo alto y contenida en el depósito de la revelación. Pues esta
doctrina, en vigor desde las más antiguas edades, íntimamente inoculada en los
espíritus de los fieles, y maravillosamente propagada por el mundo católico por
los cuidados afanosos de los sagrados prelados, espléndidamente la puso de
relieve la Iglesia misma cuando no titubeó en proponer al público culto y
veneración de los fieles la Concepción de la misma Virgen. Ahora bien, con este
glorioso hecho, por cierto presentó al culto la Concepción de la misma Virgen
como algo singular, maravilloso y muy distinto de los principios de los demás
hombres y perfectamente santo, por no celebrar la Iglesia, sino festividades de
los santos. Y por eso acostumbró a emplear en los oficios eclesiásticos y en la
sagrada liturgia aún las mismísimas palabras que emplean las divinas Escrituras
tratando de la Sabiduría increada y describiendo sus eternos orígenes, y
aplicarla a los principios de la Virgen, los cuales habían sido predeterminados
con un mismo decreto, juntamente con la encarnación de la divina Sabiduría.
Y aun cuando todas estas cosas, admitidas casi universalmente
por los fieles, manifiesten con qué celo haya mantenido también la misma romana
Iglesia, madre y maestra de todas las iglesias, la doctrina de la Concepción
Inmaculada de la Virgen, sin embargo de eso, los gloriosos hechos de esta
Iglesia son muy dignos de ser uno a uno enumerados, siendo como es tan grande
su dignidad y autoridad, cuanta absolutamente se debe a la que es centro de la
verdad y unidad católica, en la cual sola ha sido custodiada inviolablemente la
religión y de la cual todas las demás iglesias han de recibir la tradición de
la fe. Así que la misma romana Iglesia no tuvo más en el corazón que profesar,
propugnar, propagar y defender la Concepción Inmaculada de la Virgen, su culto
y su doctrina, de las maneras más significativas.
3. Favor prestado por los papas al culto de la Inmaculada.
Muy clara y abiertamente por cierto testimonian y declaran
esto tantos insignes hechos de los Romanos Pontífices, nuestros predecesores, a
quienes en la persona del Príncipe de los Apóstoles encomendó el mismo Cristo
Nuestro Señor el supremo cuidado y potestad de apacentar los corderos y las
ovejas, de robustecer a los hermanos en la fe y de regir y gobernar la
universal Iglesia. Ahora bien, nuestros predecesores se gloriaron muy mucho de
establecer con su apostólica autoridad, en la romana Iglesia la fiesta de la
Concepción, y darle más auge y esplendor con propio oficio y misa propia, en
los que clarísimamente se afirmaba la prerrogativa de la inmunidad de la mancha
hereditaria, y de promover y ampliar con toda suerte de industrias el culto ya
establecido, ora con la concesión de indulgencias, ora con el permiso otorgado
a las ciudades, provincias y reinos de que tomasen por patrona a la Madre de
Dios bajo el título de la Inmaculada Concepción, ora con la aprobación de
sodalicios, congregaciones, institutos religiosos fundados en honra de la
Inmaculada Concepción, ora alabando la piedad de los fundadores de monasterios,
hospitales, altares, templos bajo el título de la Inmaculada Concepción, o de
los que se obligaron con voto a defender valientemente la Concepción Inmaculada
de la Madre de Dios. Grandísima alegría sintieron además en decretar que la,
festividad de la Concepción debía considerarse por toda la Iglesia exactamente
como la de la Natividad, y que debía celebrarse por la universal Iglesia con
octava, y que debía ser guardada santamente por todos como las de precepto, y
que había de haber capilla papal en nuestra patriarcal basílica Liberiana
anualmente el día dedicado a la Concepción de la Virgen. Y deseando fomentar
cada día más en las mentes de los fieles el conocimiento de la doctrina de la
Concepción Inmaculada de María Madre de Dios y estimularles al culto y
veneración de la misma Virgen concebida sin mancha original, gozáronse en
conceder, con la mayor satisfacción posible, permiso para que públicamente se
proclamase en las letanías lauretanas, y en él mismo prefacio de la misa, la
Inmaculada Concepción de la Virgen, y se estableciese de esa manera con la ley
misma de orar la norma de la fe. Nos, además, siguiendo fielmente las huellas
de tan grandes predecesores, no sólo tuvimos por buenas y aceptamos todas las
cosas piadosísima y sapientísimamente por los mismos establecidas, sino
también, recordando lo determinado por Sixto IV, dimos nuestra autorización al
oficio propio de la Inmaculada Concepción y de muy buen grado concedimos su uso
a la universal Iglesia.
4. Débese a los papas la determinación exacta del culto de la
Inmaculada
Mas, como quiera que las cosas relacionadas con el culto está
intima y totalmente ligadas con su objeto, y no pueden permanecer firmes en su
buen estado si éste queda envuelto en la vaguedad y ambigüedad, por eso
nuestros predecesores romanos Pontífices, qué se dedicaron con todo esmero al
esplendor del culto de la Concepción, pusieron también todo su empeño en
esclarecer e inculcar su objeto y doctrina. Pues con plena claridad enseñaron
que se trataba de festejar la concepción de la Virgen, y proscribieron, como
falsa y muy lejana a la mente de la Iglesia, la opinión de los que opinaban y
afirmaban que veneraba la Iglesia, no la concepción, sino la santificación. Ni
creyeron que debían tratar con suavidad a los que, con el fin de echar por
tierra la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen, distinguiendo
entre el primero o y segundo instante y momento de la concepción, afirmaban que
ciertamente se celebraba la concepción, mas no en el primer instante y momento.
Pues nuestros mismos predecesores juzgaron que era su deber defender y
propugnar con todo celo, como verdadero Objeto del culto, la festividad de la
Concepción de la santísima Virgen, y concepción en el primer instante. De ahí las
palabras verdaderamente decisivas con que Alejandro VII, nuestro predecesor,
declaró la clara mente de la Iglesia, diciendo: Antigua por cierto es la piedad
de los fieles cristianos para con la santísima Madre Virgen María, que sienten
que su alma, en el primer instante de su creación e infusión en el cuerpo, fue
preservada inmune de la mancha del pecado original, por singular gracia y
privilegio de Dios, en atención a los méritos de su hijo Jesucristo, redentor
del género humano, y que, en este sentido, veneran y celebran con solemne
ceremonia la fiesta de su Concepción. (Const. "Sollicitudo omnium
Ecclesiarum", 8 de diciembre de 1661).
Y, ante todas cosas, fue costumbre también entre los mismos
predecesores nuestros defender, con todo cuidado, celo y esfuerzo, y mantener
incólume la doctrina de la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios. Pues no
solamente no toleraron en modo alguno que se atreviese alguien a mancillar y
censurar la doctrina misma, antes, pasando más adelante, clarísima y repetidamente
declararon que la doctrina con la que profesamos la Inmaculada Concepción de la
Virgen era y con razón se tenía por muy en armonía con el culto eclesiástico y
por antigua y casi universal, y era tal que la romana Iglesia se había
encargado de su fomento y defensa y que era dignísima que se le diese cabida en
la sagrada liturgia misma y en las oraciones públicas
5. Los papas prohibieron la doctrina contraria.
Y, no contentos con esto, para que la doctrina misma de la
Concepción Inmaculada de la Virgen permaneciese intacta, prohibieron
severamente que se pudiese defender pública o privadamente la opinión contraria
a esta doctrina y quisieron acabar con aquella a fuerza de múltiples golpes
mortales. Esto no obstante, y a pesar de repetidas y clarísimas declaraciones,
pasaron a las sanciones, para que estas no fueran vanas. Todas estas cosas
comprendió el citado predecesor nuestro Alejandro VII con estas
palabras:"Nos, considerando que la Santa Romana Iglesia celebra
solemnemente la festividad de la Inmaculada siempre Virgen María, y que dispuso
en otro tiempo un oficio especial y propio acerca de esto, conforme a la
piadosa, devota, y laudable práctica que entonces emanó de Sixto IV, Nuestro
Predecesor: y queriendo, a ejemplo de los Romanos Pontífices, Nuestros
Predecesores, favorecer a esta laudable piedad y devoción y fiesta, y al culto
en consonancia con ella, y jamás cambiado en la Iglesia Romana después de la
institución del mismo, y (queriendo), además, salvaguardar esta piedad y
devoción de venerar y celebrar la Santísima Virgen preservada del pecado
original, claro está, por la gracia proveniente del Espíritu Santo; y deseando
conservar en la grey de Cristo la unidad del espíritu en los vínculos de la paz
(Efes. 4, 3), apaciguados los choques y contiendas y, removidos los escándalos:
en atención a la instancia a Nos presentada y a las preces de los mencionados
Obispos con los cabildos de sus iglesias y del rey Felipe y de sus reinos;
renovamos las Constituciones y decretos promulgados por los Romanos Pontífices,
Nuestro Predecesores, y principalmente por Sixto IV, Pablo V y Gregorio XV en
favor de la sentencia que afirma que el alma de Santa María Virgen en su
creación, en la infusión del cuerpo fue obsequiada con la gracia del Espíritu
Santo y preservada del pecado original y en favor también de la fiesta y culto
de la Concepción de la misma Virgen Madre de Dios, prestado, según se dice,
conforme a esa piadosa sentencia, y mandamos que se observe bajo las censuras y
penas contenidas en las mismas Constituciones.
Y además, a todos y cada uno de los que continuaren
interpretando las mencionadas Constituciones o decretos, de suerte que anulen
el favor dado por éstas a dicha sentencia y fiesta o culto tributado conforme a
ella, u osaren promover una disputa sobre esta misma sentencia, fiesta o culto,
o hablar, predicar, tratar, disputar contra estas cosas de cualquier manera,
directa o indirectamente o con cualquier pretexto, aún examinar su
definibilidad, o de glosar o interpretar la Sagrada Escritura o los Santos Padres
o Doctores, finalmente con cualquier pretexto u ocasión por escrito o de
palabra, determinando y afirmando cosa alguna contra ellas, ora aduciendo
argumentos contra ellas y dejándolos sin solución, ora discutiendo de cualquier
otra manera inimaginable; fuera de las penas y censuras contenidas en las
Constituciones de Sixto IV, a las cuales queremos someterles, y por las
presentes les sometemos, queremos también privarlos del permiso de predicar,
dar lecciones públicas, o de enseñar, y de interpretar, y de voz activa y
pasiva en cualesquiera elecciones por el hecho de comportarse de ese modo y sin
otra declaración alguna en las penas de inhabilidad perpetua para predicar y
dar lecciones públicas, enseñar e interpretar; y que no pueden ser absueltos o
dispensados de estas cosas sino por Nos mismo o por Nuestros Sucesores los
Romanos Pontífices; y queremos asimismo que sean sometidos, y por las presentes
sometemos a los mismos a otras penas infligibles, renovando las Constituciones
o decretos de Paulo V y de Gregorio XV, arriba mencionados.
Prohibimos, bajo las penas y censuras contenidas en el Índice
de los libros prohibidos, los libros en los cuales se pone en duda la
mencionada sentencia, fiesta o culto conforme a ella, o se escribe o lee algo
contra esas cosas de la manera que sea, como arriba queda dicho, o se contienen
frase, sermones, tratados y disputas contra las mismas, editados después del
decreto de Paulo V arriba citado, o que se editaren de la manera que sea en lo
porvenir por expresamente prohibidos, ipso facto y sin más declaración."
6. Sentir unánime de los doctos obispos y religiosos.
Mas todos saben con qué celo tan grande fue expuesta,
afirmada y defendida esta doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen
Madre de Dios por las esclarecidísimas familias religiosas y por las más
concurridas academias teológicas y por los aventajadísimos doctores en la
ciencia de las cosas divinas. Todos, asimismo, saben con qué solicitud tan
grande hayan abierta y públicamente profesado los obispos, aun en las mismas
asambleas eclesiásticas, que la santísima Madre de Dios, la Virgen María, en
previsión de los merecimientos de Cristo Señor Redentor, nunca estuvo sometida
al pecado, sino que fue totalmente preservada de la mancha original, y, de
consiguiente, redimida de más sublime manera.
7. El concilio de Trento y la tradición,
Ahora bien, a estas cosas se añade un hecho verdaderamente de
peso y sumamente extraordinario, conviene a saber: que también el concilio
Tridentino mismo, al promulgar el decreto dogmático del pecado original, por el
cual estableció y definió, conforme a los testimonios de las sagradas
Escrituras y de los Santos Padres y de los recomendabilísimos concilios, que
los hombres nacen manchados por la culpa original, sin embargo, solemnemente
declaró que no era su intención incluir a la santa e Inmaculada Virgen Madre de
Dios en el decreto mismo y en una definición tan amplia. Pues con esta
declaración suficientemente insinuaron los Padres tridentinos, dadas las
circunstancias de las cosas y de los tiempos, que la misma santísima Virgen
había sido librada de la mancha original, y hasta clarísimamente dieron a
entender que no podía aducirse fundadamente argumento alguno de las divinas
letras, de la tradición, de la autoridad de los Padres que se opusiera en
manera alguna a tan grande prerrogativa de la Virgen.
Y, en realidad de verdad, ilustres monumentos de la venerada
antigüedad de la Iglesia oriental y occidental vigorosísimamente testifican que
esta doctrina de la Concepción Inmaculada de la santísima, Virgen, tan
espléndidamente explicada, declarada, confirmada cada vez más por el gravísimo
sentir, magisterio, estudio, ciencia y sabiduría de la Iglesia, y tan
maravillosamente propagada entre todos los pueblos y naciones del orbe católico,
existió siempre en la misma Iglesia como recibida de los antepasados y
distinguida con el sello de doctrina revelada.
Pues la Iglesia de Cristo, diligente custodia y defensora de
los dogmas a ella confiados, jamás cambia en ellos nada, ni disminuye, ni
añade, antes, tratando fiel y sabiamente con todos sus recursos las verdades
que la antigüedad ha esbozado y la fe de los Padres ha sembrado, de tal manera
trabaja por limarlas y pulirlas, que los antiguos dogmas de la celestial
doctrina reciban claridad, luz, precisión, sin que pierdan, sin embargo, su
plenitud, su integridad, su índole propia, y se desarrollen tan sólo según su
naturaleza; es decir el mismo dogma, en el mismo sentido y parecer.
8. Sentir de los Santos Padres y de los escritores eclesiásticos.
Y por cierto, los Padres y escritores de la Iglesia,
adoctrinados por las divinas enseñanzas, no tuvieron tanto en el corazón, en
los libros compuestos para explicar las Escrituras, defender los dogmas, y
enseñar a los fieles, como el predicar y ensalzar de muchas y maravillosas
maneras, y a porfía, la altísima santidad de la Virgen, su dignidad, y su
inmunidad de toda mancha de pecado, y su gloriosa victoria del terrible enemigo
del humano linaje.
9. El Protoevangelio.
Por lo cual, al glosar las palabras con las que Dios,
vaticinando en los principios del mundo los remedios de su piedad dispuestos
para la reparación de los mortales, aplastó la osadía de la engañosa serpiente
levantó maravillosamente la esperanza de nuestro linaje, diciendo: Pondré
enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; enseñaron que,
con este divino oráculo, fue de antemano designado clara y patentemente el
misericordioso Redentor del humano linaje, es decir, el unigénito Hijo de Dios
Cristo Jesús, y designada la santísima Madre, la Virgen María, y al mismo
tiempo brillantemente puestas de relieve las mismísimas enemistades de
entrambos contra el diablo. Por lo cual, así como Cristo, mediador de Dios y de
los hombres, asumida la naturaleza humana, borrando la escritura del decreto
que nos era contrario, lo clavó triunfante en la cruz, así la santísima Virgen,
unida a Él con apretadísimo e indisoluble vínculo hostigando con Él y por Él
eternamente a la venenosa serpiente, y de la misma triunfando en toda la línea,
trituró su cabeza con el pie inmaculado.
10. Figuras bíblicas de María.
Este eximio y sin par triunfo de la Virgen, y excelentísima
inocencia, pureza, santidad y su integridad de toda mancha de pecado e inefable
abundancia y grandeza de todas las gracias, virtudes y privilegios, viéronla
los mismos Padres ya en el arca de Noé que, providencialmente construida, salió
totalmente salva e incólume del común naufragio de todo el mundo; ya en aquella
escala que vio Jacob que llegaba de la tierra al cielo y por cuyas gradas
subían y bajaban los ángeles de Dios y en cuya cima se apoyaba el mismo Señor;
ya en la zarza aquélla que contempló Moisés arder de todas partes y entré el
chisporroteo de las llamas no se consumía o se gastaba lo más mínimo, sino que
hermosamente reverdecía y florecía; ora en aquella torre inexpugnable al
enemigo, de la cual cuelgan mil escudos y toda suerte de armas de los fuertes;
ora en aquel huerto cerrado que no logran violar ni abrir fraudes y trampas
algunas; ora en aquella resplandeciente ciudad de Dios, cuyos fundamentos se
asientan en los montes santos a veces en aquel augustísimo templo de Dios que,
aureolado de resplandores divinos, está lleno, de la gloria de Dios; a veces en
otras verdaderamente innumerables figuras de la misma clase, con las que los
Padres enseñaron que había sido vaticinada claramente la excelsa dignidad de la
Madre de Dios, y su incontaminada inocencia, y su santidad, jamás sujeta a
mancha alguna.
11. Los profetas.
Para describir este mismo como compendio de divinos dones y
la integridad original de la Virgen, de la que nació Jesús, los mismos
[Padres], sirviéndose de las palabras de los profetas, no festejaron a la misma
augusta Virgen de otra manera que como a paloma pura, y a Jerusalén santa, y a
trono excelso de Dios, y a arca de santificación, y a casa que se construyó la
eterna Sabiduría, y a la Reina aquella que, rebosando felicidad y apoyada en su
Amado, salió de la boca del Altísimo absolutamente perfecta, hermosa y
queridísima de Dios y siempre libre de toda mancha.
12. El Ave María y el Magnificat.
Mas atentamente considerando los mismos Padres y escritores
de la Iglesia que la santísima Virgen había sido llamada llena de gracia, por
mandato y en nombre del mismo Dios, por el Gabriel cuando éste le anunció la
altísima dignidad de Madre de Dios, enseñaron que, con ese singular y solemne
saludo, jamás oído, se manifestaba que la Madre de Dios era sede de todas las
gracias divinas y que estaba adornada de todos los carismas del divino
Espíritu; más aún, que era como tesoro casi infinito de los mismos, y abismo
inagotable, de suerte que, jamás sujeta a la maldición y partícipe, juntamente
con su Hijo, de la perpetua bendición, mereció oír de Isabel, inspirada por el
divino Espíritu: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
De ahí se deriva su sentir no menos claro. que unánime, según
el cual la gloriosísima Virgen, en quien hizo cosas grandes el Poderoso, brilló
con tal abundancia de todos los dones celestiales, con tal plenitud de gracia y
con tal inocencia, que resultó como un inefable milagro de Dios, más aún, como
el milagro cumbre de todos los milagros y digna Madre de Dios, y allegándose a
Dios mismo, según se lo permitía la condición de criatura, lo más cerca
posible, fue superior a toda alabanza humana y angélica.
13. Paralelo entre María y Eva
Y, de consiguiente, para defender la original inocencia y
santidad de la Madre de Dios, no sólo la compararon muy frecuentemente con Eva
todavía virgen, todavía inocente, todavía incorrupta y todavía no engaña a por
as mortíferas asechanzas de la insidiosísima serpiente, sino también la
antepusieron a ella con maravillosa variedad de palabras y pensamientos. Pues
Eva, miserablemente complaciente con la serpiente, cayó de la original
inocencia y se convirtió en su esclava; mas la santísima Virgen aumentando de
continuo el don original, sin prestar jamás atención a la serpiente, arruinó
hasta los cimientos su poderosa fuerza con la virtud recibida de lo alto.
14. Expresiones de alabanza
Por lo cual jamás dejaron de llamar a la Madre de Dios o
lirio entre espinas, o tierra absolutamente intacta, virginal, sin mancha ,
inmaculada, siempre bendita, y libre de toda mancha de pecado, de la cual se
formó el nuevo Adán; o paraíso intachable, vistosísimo, amenísimo de inocencia,
de inmortalidad y de delicias, por Dios mismo plantado y defendido de toda
intriga de la venenosa serpiente; o árbol inmarchitable, que jamás carcomió el
gusano del pecado; o fuente siempre limpia y sellada por la virtud del Espíritu
Santo; o divinísimo templo o tesoro de inmortalidad, o la única y sola hija no
de la muerte, sino de la vida, germen no de la ira, sino de la gracia, que, por
singular providencia de Dios, floreció siempre vigoroso de una raíz corrompida
y dañada, fuera de las leyes comúnmente establecidas. Mas, como si éstas cosas,
aunque muy gloriosas, no fuesen suficientes, declararon, con propias y precisas
expresiones, que, al tratar de pecados, no se había de hacer la más mínima
mención de la santa Virgen María, a la cual se concedió más gracia para
triunfar totalmente del pecado; profesaron además que la gloriosísima Virgen
fue reparadora de los padres, vivificadora de los descendientes, elegida desde
la eternidad, preparada para sí por el Altísimo, vaticinada por Dios cuando
dijo a la serpiente: Pondré enemistades entre ti y la mujer, que ciertamente
trituró la venenosa cabeza de la misma serpiente, y por eso afirmaron que la
misma santísima Virgen fue por gracia limpia de toda mancha de pecado y libre
de toda mácula de cuerpo, alma y entendimiento, y que siempre estuvo con Dios,
y unida con Él con eterna alianza, y que nunca estuvo en las tinieblas, sino en
la luz, y, de consiguiente, que fue aptísima morada para Cristo, no por
disposición corporal, sino por la gracia original.
A éstos hay que añadir los gloriosísimos dichos con los que,
hablando de la concepción de la Virgen, atestiguaron que la naturaleza cedió su
puesto a la gracia, paróse trémula y no osó avanzar; pues la Virgen Madre de
Dios no había de ser concebida de Ana antes que la gracia diese su fruto:
porque convenía, a la verdad, que fuese concebida la primogénita de la que
había de ser concebido el primogénito de toda criatura.
15. ¡¡Inmaculada!!
Atestiguaron que la carne de la Virgen tomada de Adán no
recibió las manchas de Adán, y, de consiguiente, que la Virgen Santísima es el
tabernáculo creado por el mismo Dios, formado por el Espíritu Santo, y que es
verdaderamente de púrpura, que el nuevo Beseleel elaboró con variadas labores
de oro, y que Ella es, y con razón se la celebra, como la primera y exclusiva
obra de Dios, y como la que salió ilesa de los igníferos dardos del maligno, y
como la que hermosa por naturaleza y totalmente inocente, apareció al mundo
como aurora brillantísima en su Concepción Inmaculada. Pues no caía bien que
aquel objeto de elección fuese atacado, de la universal miseria, pues,
diferenciándose inmensamente de los demás, participó de la naturaleza, no de la
culpa; más aún, muy mucho convenía que como el unigénito tuvo Padre en el
cielo, a quien los serafines ensalzan por Santísimo, tuviese también en la
tierra Madre que no hubiera jamás sufrido mengua en el brillo de su santidad.
Y por cierto, esta doctrina había penetrado en las mentes y
corazones de los antepasados de tal manera, que prevaleció entre ellos la
singular y maravillosísima manera de hablar con la que frecuentísimamente se
dirigieron a la Madre de Dios llamándola inmaculada, y bajo todos los conceptos
inmaculada, inocente e inocentísima, sin mancha y bajo todos los aspectos,
inmaculada, santa y muy ajena a toda mancha, toda pura, toda sin mancha, y como
el ideal de pureza e inocencia, más hermosa que la hermosura, mas ataviada que
el mismo ornato, mas santa que la santidad, y sola santa, y purísima en el alma
y en el cuerpo, que superó toda integridad y virginidad, y sola convertida
totalmente en domicilio de todas las gracias del Espíritu Santo, y que, la
excepción de sólo Dios, resultó superior a todos, y por naturaleza más hermosa
y vistosa y santa que los mismos querubines y serafines y que toda la
muchedumbre de los ángeles, y cuya perfección no pueden, en modo alguno,
glorificar dignamente ni las lenguas de los ángeles ni las de los hombres. Y nadie
desconoce que este modo de hablar fue trasplantado como espontáneamente, a la
santísima liturgia y a los oficios eclesiásticos, y que nos encontramos a cada
paso con él y que lo llena todo, pues en ellos se invoca y proclama a la Madre
de Dios como única paloma de intachable hermosura, como rosa siempre fresca, y
en todos los aspectos purísima, y siempre inmaculada y siempre santa, y es
celebrada como la inocencia, que nunca sufrió menoscabo, y, como segunda Eva,
que dio a luz al Emmanuel.
16. Universal consentimiento y peticiones de la definición
dogmática.
No es, pues, de maravillar que los pastores de la misma
Iglesia y los pueblos fieles se hayan gloriado de profesar con tanta piedad,
religión y amor la doctrina de la Concepción Inmaculada de la Virgen Madre de
Dios, según el juicio de los Padres, contenida en las divinas Escrituras,
confiada a la posteridad con testimonios gravísimos de los mismos, puesta de
relieve y cantada por tan gloriosos monumentos de la veneranda antigüedad, y
expuesta y defendida por el sentir soberano y respetabilísima autoridad de la
Iglesia, de tal modo que a los mismos no les era cosa más dulce, nada más
querido, que agasajar, venerar, invocar y hablar en todas partes con
encendidísimo afecto a la Virgen Madre de Dios, concebida sin mancha original.
Por lo cual, ya desde los remotos tiempos, los prelados, los eclesiásticos, las
Ordenes religiosas, y aun los mismos emperadores y reyes, suplicaron
ahincadamente a esta Sede Apostólica que fuese definida como dogma de fe católica
la Inmaculada Concepción de la santísima Madre de Dios. Y estas peticiones se
repitieron también en estos nuestros tiempos, y fueron muy principalmente
presentadas a Gregorio XVI, nuestro predecesor, de grato recuerdo, y a Nos
mismo, ya por los obispos, ya por el clero secular, ya por las familias
religiosas, y por los príncipes soberanos y por los fieles pueblos. Nos, pues,
teniendo perfecto conocimiento de todas estas cosas, con singular gozo de
nuestra alma y pesándolas seriamente, tan pronto como, por un misterioso plan
de la divina Providencia, fuimos elevados, aunque sin merecerlo, a esta sublime
Cátedra de Pedro para hacernos cargo del gobierno de la universal Iglesia, no
tuvimos, ciertamente, tanto en el, corazón, conforme a nuestra grandísima
veneración, piedad y amor para con la santísima Madre de Dios, la Virgen María,
ya desde la tierna infancia sentidos, como llevar al cabo todas aquellas cosas
que todavía deseaba la Iglesia, conviene a saber: dar mayor incremento al honor
de la santísima Virgen y poner en mejor luz sus prerrogativas.
17. Labor preparatoria.
Mas queriendo extremar la prudencia, formamos una
congregación, de NN. VV. HH. de los cardenales de la S.R.I., distinguidos por
su piedad, don de consejo y ciencia de las cosas divinas, y escogimos a
teólogos eximios, tanto el clero secular como regular, para que considerasen
escrupulosamente todo lo referente a la Inmaculada Concepción de la Virgen y
nos expusiesen su propio parecer. Mas aunque, a juzgar por las peticiones
recibidas, nos era plenamente conocido el sentir decisivo de muchísimos
prelados acerca de la definición de la Concepción Inmaculada de la Virgen, sin
embargo, escribimos el 2 de febrero de 1849 en Cayeta una carta encíclica, a
todos los venerables hermanos del orbe católico, los obispos, con el fin de
que, después de orar a Dios, nos manifestasen también a Nos por escrito cuál
era la piedad y devoción de sus fieles para con la Inmaculada Concepción de la
Madre de Dios, y qué sentían mayormente los obispos mismos acerca de la
definición o qué deseaban para poder dar nuestro soberano fallo de la manera
más solemne posible.
No fue para Nos consuelo exiguo la llegada de las respuestas
de los venerables hermanos. Pues los mismos, respondiéndonos con una increíble
complacencia, alegría y fervor, no sólo reafirmaron la piedad y sentir propio y
de su clero y pueblo respecto de la Inmaculada Concepción de la santísima
Virgen, sino también todos a una ardientemente nos pidieron que definiésemos la
Inmaculada Concepción de la Virgen con nuestro supremo y autoritativo fallo. Y,
entre tanto, no nos sentimos ciertamente inundados de menor gozo cuando
nuestros venerables hermanos los cardenales de la S.R.I., que formaban la
mencionada congregación especial, y los teólogos dichos elegidos por Nos,
después de un diligente examen de la cuestión, nos pidieron con igual
entusiasta fervor la definición de la Inmaculada Concepción de la Madre de
Dios.
Después de estas cosas, siguiendo las gloriosas huellas de
nuestros predecesores, y deseando proceder con omnímoda rectitud, convocamos y
celebramos consistorio, en el cual dirigimos la palabra a nuestros venerables
hermanos los cardenales de la santa romana Iglesia, y con sumo consuelo de
nuestra alma les oímos pedirnos que tuviésemos a bien definir el dogma de la
Inmaculada Concepción de la Virgen Madre de Dios.
Así, pues, extraordinariamente confiados en el Señor de que
ha llegado el tiempo oportuno de definir la Inmaculada Concepción de la Madre
de Dios la Virgen María, que maravillosamente esclarecen y declaran las divinas
Escrituras, la venerable tradición, el perpetuó sentir de la Iglesia, el ansia
unánime y singular de los católicos prelados y fieles, los famosos hechos y
constituciones de nuestros predecesores; consideradas todas las cosas con suma
diligencia, y dirigidas a Dios constantes y fervorosas oraciones, hemos juzgado
que Nos, no debíamos, ya titubear en sancionar o definir con nuestro fallo
soberano la Inmaculada Concepción de la Virgen, y de este modo complacer a los
piadosísimos deseos del orbe católico, y a nuestra piedad con la misma santísima
Virgen, y juntamente glorificar y más y más en ella a su unigénito Hijo nuestro
Señor Jesucristo, pues redunda en el Hijo el honor y alabanza dirigidos a la
Madre.
18. Definición.
Por lo cual, después de ofrecer sin interrupción a Dios
Padre, por medio de su Hijo, con humildad y penitencia, nuestras privadas
oraciones y las públicas de la Iglesia, para que se dignase dirigir y afianzar
nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo, implorando el auxilio de toda
corte celestial, e invocando con gemidos el Espíritu paráclito, e
inspirándonoslo él mismo, para honra de la santa e individua Trinidad, para
gloria y prez de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y
aumento de la cristiana religión, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo,
con la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra: declaramos,
afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, qué
debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que
sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de
culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y
privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo,
salvador del género humano. Por lo cual, si algunos presumieren sentir en su
corazón contra los que Nos hemos definido, que Dios no lo permita, tengan
entendido y sepan además que se condenan por su propia sentencia, que han
naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de la Iglesia, y que además,
si osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera
externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas
establecidas por el derecho.
19. Sentimientos de esperanza y exhortación final.
Nuestra boca está llena de gozo y nuestra lengua de júbilo, y
damos humildísimas y grandísimas gracias a nuestro Señor Jesucristo, y siempre
se las daremos, por habernos concedido aun sin merecerlo, el singular beneficio
de ofrendar y decretar este honor, esta gloria y alabanza a su santísima Madre.
Mas sentimos firmísima esperanza y confianza absoluta de que la misma santísima
Virgen, que toda hermosa e inmaculada trituró la venenosa cabeza de la
cruelísima serpiente, y trajo la salud al mundo, y que gloria de los profetas y
apóstoles, y honra de los mártires, y alegría y corona de todos los santos, y
que refugio segurísimo de todos los que peligran, y fidelísima auxiliadora y
poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra ante su
unigénito Hijo, y gloriosísima gloria y ornato de la Iglesia santo, y firmísimo
baluarte destruyó siempre todas las herejías, y libró siempre de las mayores
calamidades de todas clases a los pueblos fieles y naciones, y a Nos mismo nos
sacó de tantos amenazadores peligros; hará con su valiosísimo patrocinio que la
santa Madre católica Iglesia, removidas todas las dificultades, y vencidos
todos los errores, en todos los pueblos, en todas partes, tenga vida cada vez
más floreciente y vigorosa y reine de mar a mar y del río hasta los términos de
la tierra, y disfrute de toda paz, tranquilidad y libertad, para que consigan
los reos el perdón, los enfermos el remedio, los pusilánimes la fuerza, los
afligidos el consuelo, los que peligran la ayuda oportuna, y despejada la
oscuridad de la mente, vuelvan al camino de la verdad y de la justicia los
desviados y se forme un solo redil y un solo pastor.
Escuchen estas nuestras palabras todos nuestros queridísimos
hijos de la católica Iglesia, y continúen, con fervor cada vez más encendido de
piedad, religión y amor, venerando, invocando, orando a la santísima Madre de
Dios, la Virgen María, concebida sin mancha de pecado original, y acudan con
toda confianza a esta dulcísima Madre de misericordia y gracia en todos los
peligros, angustias, necesidades, y en todas las situaciones oscuras y
tremendas de la vida. Pues nada se ha de temer, de nada hay que desesperar, si
ella nos guía, patrocina, favorece, protege, pues tiene para con nosotros un
corazón maternal, y ocupada en los negocios de nuestra salvación, se preocupa
de todo el linaje humano, constituida por el Señor Reina del cielo y de la
tierra y colocada por encima de todos los coros de los ángeles y coros de los
santos, situada a la derecha de su unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo,
alcanza con sus valiosísimos ruegos maternales y encuentra lo que busca, y no
puede, quedar decepcionada.
Finalmente, para que llegué al conocimiento de la universal
Iglesia esta nuestra definición de la Inmaculada Concepción de la santísima
Virgen María, queremos que, como perpetuo recuerdo, queden estas nuestras letra
apostólicas; y mandamos que a sus copias o ejemplares aún impresos, firmados
por algún notario público y resguardados por el sello de alguna persona
eclesiástica constituida en dignidad, den todos, exactamente el mismo crédito
que darían a éstas, si les fuesen presentadas y mostradas.
A nadie, pues, le sea permitido quebrantar esta, página de
nuestra declaración, manifestación, y definición, y oponerse a ella y hacer la
guerra con osadía temeraria. Mas si alguien presumiese intentar hacerlo, sepa
que incurrirá en la indignación de Dios y de los santos apóstoles Pedro y
Pablo.
Dado el 8 de diciembre de 1854. Pío IX.”